Por José Dámaso-Entrenador del equipo Toros del Norte
Pues si, una nueva oportunidad se presentó para dirigir fuera de España, esta vez en Nicaragua, gracias a Barthel (López-Jugador) y César Fornos (presidente) de los Toros del Norte, en ese momento subcampeón de Liga. No lo pensé mucho, era una nueva oportunidad y aunque el destino estaba escrito, regresaron viejos fantasmas del pasado cuando a la mañana siguiente la noticia que leo es que los expulsan de la Liga.
Momentos de incertidumbre, un pueblo, un país contra la injusticia, pero al fin y al cabo, un momento de valentía por parte de todos cuando tomé aquel vuelo sin nada todavía solucionado y tras 26 horas aterricé en Managua. Superamos aquello.
Mi primer entrenamiento en El Brigadista fue el día que los Indígenas de Matagalpa se coronaron campeones nacionales de Béisbol, una casualidad, un presagio? Solo con nacionales, los mejores de la liga eso sí, porque para eso había que confiar en mi equipo.
El día que se presentó la ACB en el edificio Movistar los dueños de los equipos, ilusionados y orgullosos de sus proyectos presentaron a su tripleta de extranjeros, César no, César solo presentó a un español que venía a dirigir a los suyos como novedad, las fotos y las entrevistas fueron para otros.
Nos presentamos diez días después para hacer el debut en el Parque, ante los Leones, el actual campeón, ellos bien armados desde el inicio. Una cancha al aire libre, orgullo de instalaciones de la capital pero curiosa y quizás no apta para una Liga profesional. Aquel 26 de junio bajo la mirada de una espectacular luna, los chicos de los Toros ofrecieron el primero de sus mejores momentos. Casi nadie apostaba un córdoba en Nicaragua por nosotros aquella noche y curiosamente a 8 horas de diferencia, al otro lado del Atlántico, pocos también apostaban un euro por el técnico. Superamos aquello.
La familia, los amigos mas cercanos, los compañeros de profesión que más me respetaban, lo entendieron y al menos lo valoraron, al resto no les importó. Y el equipo creció en silencio, sin ruido, creándose así mismo cada noche, cuando la ciudad quedaba en silencio, trabajando duro pero sin darse cuenta.
Llegaron dos extranjeros (James Hulbin y Deon Boyce) a prueba por un mes, vuelta a empezar, etapa de adaptación para todos y seguimos nuestra particular preparación hasta que tuvimos que tomar una dura decisión, decidir por uno: el atleta, el portento de la naturaleza, el talentoso jugador con experiencia o el inexperto, rudo, limitado, pequeño jugador interior que trajimos con la intención de ayudar en la pintura. Contrario a casi todos, aposté por él, por el jugador que más corazón y cojones había visto poner en mi vida sobre una cancha de baloncesto. Superamos aquello.
Perdimos a Barthel, el alma del equipo por tres partidos en su viaje a Guatemala y con razón o sin ella, lo sancionaron, nos sancionaron, sancionaron a César. Fueron momentos de tensión, de resignación, de adaptación. Superamos aquello.
Y llegaron los puertorriqueños (Giovanni Jiménez y Gabriel Colón), cosa prevista desde tiempo atrás pero todo a expensas de la final de su país, final que se fue al último juego. Proceso de adaptación. Superamos aquello.
El final de Liga Regular llegó y en medio de tanta tensión y suspicacias, las matemáticas decían que una opción nos podía dejar fuera de semifinales. Me veía ya en España, decepcionando a esa gente que había crecido en número y que nos seguían a altas horas de la madrugada, o a los amigos de Canadá, Escocia o Nueva Zelanda. Superamos aquello.
En toda aquella vorágine de resultados, Los Trinis se quedaron fuera, perdimos un gran rival pero ganamos una gran afición ante Tiburones. Al equipo más laureado de la Liga les hicimos un 4-1 en esa semifinal y es que a estas alturas, el nivel físico y mental estaba en su máxima expresión.
Y llegó la final, con nuestra gente ilusionada y con la gente desde España mostrando su cariño a un equipo al que no conocían a 15000 km de su ombligo y es que al fin nos valoraban y nos respetaban. 4-1 en la final, con cancha en contra, contra un gran rival, contra el campeón, haciendo cifras históricas y dando un golpe en la mesa venciendo en su cancha y con toda nuestra afición allí. En el mismo lugar donde iniciamos, sin la luna de aquel día pero con la misma persona ayudándome desde el cielo como cada vez que sonaba el Himno Nacional. Tres veces miré al cielo y tres veces lo vi. Sonó la bocina y lloré.
Lloré por el equipo, por Matagalpa, por la familia, por los amigos y por mí. Gracias a todos los que desde España mostraron su calor, a los medios que se han sumado a hacerle eco a esto y a los que no le dan valor, todos ustedes me hacen mas fuerte. Gracias tío, siempre, siempre, me diste fuerzas.